La noticia se hizo pública el pasado 9 de julio, a través del propio blog de Celer. Allí, un desolado Will Thomas Long contaba que su compañera de sábanas y de grupo, Danielle Baquet-Long, había muerto el día antes a consecuencia de una extraña enfermedad genética. Simplemente, se le paró el corazón. La historia es sobrecogedora y un poco macabra, porque Dani apenas tenía 26 años y llevaba una vida sana, y esa es una circunstancia que nos convierte a todos en víctimas potenciales, especialmente si somos más viejos o llevamos una vida menos (ejem) sana. Pero sobre todo es una noticia triste, porque tras cuatro años germinando en el vergel de sellos diminutos y exclusivos en el que se ha transformado el universo de la música electrónica, Celer se había convertido en una de las grandes esperanzas del ambient, en una de sus voces más originales y personales.
A Celer ya los presentó por aquí Javier Blánquez hace unos meses, así que ahora sólo recordaremos que la suya es una carrera trufada de referencias (tienen la bendita manía de publicar discos a puñados, casi siempre en sellos minúsculos y tiradas limitadas), y que por eso todavía verán la luz algunos títulos que tenían terminados. Students Of Decay, por ejemplo, acaba de lanzar “Poulain” y “Fountain Glider” (no pierdan el tiempo buscándolos: se agotaron a las pocas horas de salir a la venta), sellos como Infraction, Dragon’s Eye Recordings o Smallfish tienen en cartera material para publicar, y es de suponer que Will exprimirá sus discos duros durante los próximos meses, aunque sea como homenaje a su señora.
Precisamente en Dragon’s Eye Recordings es donde vio la luz hace poco uno de los mejores discos de la pareja, “Breeze Of Roses”. Como todo lo suyo, incorpora grabaciones de campo, instrumentos acústicos y mucho procesado digital, elementos que se funden dentro de un magma ambiental repleto de miniaturas electrónicas y pequeñas filigranas melódicas; un magma que, como sucede en los grandes discos de ambient, está siempre en movimiento, aunque parezca que no cambia. Lo que hace tan especial al disco, en realidad, es la historia de su gestación: las grabaciones que lo componen provienen de una improvisación que la pareja realizó, en 2005, en el interior de un barco atracado en el lago Attersee, en Austria. Los instrumentos utilizados fueron un pequeño piano, un chelo, campanitas y silbatos, pero también decidieron grabar el ruido del viento en el exterior del lago y el sonido que producían las olas al chocar con el casco del barco. Un material en bruto que los Long han ido puliendo durante años, esculpiendo poco a poco, hasta reunir las seis piezas que conforman el disco. Seis piezas que eluden la idea clásica de estructura (aunque en las tres primeras subsisten ciertas trazas de música compuesta, posiblemente algunos retazos melódicos que surgieron durante la improvisación), en favor de un concepto más abierto e indefinido, en el que los sonidos entran y salen de la mezcla con pereza y displicencia, dibujando a base de ecos la postal del momento en que fueron creados. Y es que, como en aquella escena de “Ratatouille” en la que el crítico gastronómico regresa a la infancia tras probar un sencillo bocado de cocina tradicional, aquí basta pulsar el botón de play para sentirse transportado al viejo barco en el que comenzó toda esta historia: Danielle se ha marchado, es cierto, pero sus memorias permanecen más vivas que nunca.